Capítulo 353. El mar de Alec Baggings.

Escribo junto al faro de Rosie. Sentado sobre unas rocas atormentadas por el martilleo del agua y la sal. Espero noticias de Alec Baggins. No ha llegado aún. Pero no tardará. Frente a mí, el viento arenga a diez mil batallones de espuma que descargan su furia contra la orilla. Su victoria es segura y el tiempo ya ha augurado la rendición incondicional de la tierra. Pero Alec no se rinde. Trata de salir al mundo que le aguarda y, como el mar contra las rocas, encuentra una cierta resistencia en su camino. Así que espero. Junto a las gaviotas y los cormoranes. Las primeras en tenso vuelo sostenido por corrientes aéreas para mí desconocidas. Los otros entretenidos en negros buceos dirigidos por el timón de sus negros cuerpos. En ocasiones caen desde el cielo en elegantes vuelos picados que apenas alteran el juego interminable de las olas. Máquinas de precisión rectilínea zambulléndose en un laberinto de curvas limpias. Compañeros de pesca en mi sala de espera.

Alec nace cuando cambia de dirección el viento. Sopla ahora del este. El llanto del niño despierta el respeto de las aves y, por un momento, parece que el mar dejara a la costa tomar un poco de aliento. Mientras, en el faro, Rosie es un espíritu hermoso, de plenitud absoluta, fresco y brillante como un bosque de otoño bajo la lluvia. Alfrodo, a su lado, abraza a la pequeña inmensa criatura. Pletórico de fuerzas inicia el camino de aquellos que aún ansían conocer los misterios de la naturaleza. Les miro desde la distancia. Ellos también me han visto. No es necesario nada mas. Mi visita ha terminado y el faro es ya, de nuevo, anfitrión receloso del abrigo y el sosiego. Afuera el viento es mas suave ahora. Hay mas intimidad. Abandono el faro pensando que Alec brota afortunado sobre mantillo fértil mezclado con tierra sencilla. Mientras, como la propia vida, el oleaje abandona desconsiderado sucias algas desterradas y perlas brillantes sobre la orilla.

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