Capítulo 336. Jammin' with The Cat vol 10. - Tres (o más) en uno

Nathan coge al azar un vinilo y lo planta en el plato. Es una de sus maneras de romper el ominoso silencio que suele invadir el local cuando acabamos de abrir. En tales circunstancias, Luther rara vez puede evitar la tentación de hacer comentarios, aunque casi siempre con frases cortantes y abundantes elipsis de verbos. Bueno, no es mucho, pero es mejor que el ominoso silencio.

Un coro disonante de saxos “a capella”, como el llanto de un buey moribundo, me obliga a ponerme en alerta.

“¿Quiénes son?”, inquiere Nathan, como haciéndose el distraído. “¿Quién es?, querrás decir. Mira la cubierta…”, gruñe Luther, como haciendo que no le presta atención. “Ya, vale, Roland Kirk… ¿Y los otros saxos?”, admite Luther dando la vuelta al álbum. “Roland Kirk”, repite Luther.

Nathan se le queda mirando un tanto desconcertado. “¡Qué raro! Yo creía que los músicos de jazz casi nunca se doblaban…”. Luther deja de colocar ceniceros debajo del letrero que prohíbe fumar y reta a Nathan: “Roland Kirk no se doblaba. Tocaba varios instrumentos a la vez”.

“¿Quieres decir que está tocando tres saxos a la vez, con la misma boca?”. Luther se arma de paciencia: “Sí, Nathan, sólo tenía una boca. Y no, Nathan, no son tres saxos, sino un tenor, un stritch y un manzello. Y, por cierto, vete levantando la aguja si no quieres que al Gato le de un síncope…”



Tarde, muy tarde. Es “The Inflated Tear” y Kirk ya ha empezado a soplar una larguísima sucesión de notas sin pausa, como si no respirara. No lo aguanto. Me angustia. Me parece que me quedo sin aire. El pelo se me eriza y me zambullo detrás del paragüero con la cara entre las patas…

Roland Kirk es como un personaje de novela decimonónica. Se queda ciego a los dos años. Toca con la orquesta de su colegio a los doce. Empieza a actuar con grupos profesionales siendo un adolescente. Graba su primer disco a los 20. Y, en seguida, se las apaña para tocar dos, tres instrumentos a la vez.

Colabora casi siempre con gente de estilo recio y rompedor (Johnny Griffin, Elvin Jones, Eric Dolphy, Dexter Gordon…), pero trabajar con otros no es lo suyo. Se ha convertido en una enciclopedia viviente del jazz y en su cabeza se mezclan sonidos que van desde la prehistoria del “dixie”, hasta la antesala del “free”. No hace ascos ni al “rythm&blues” ni al “soul jazz”, y perpetra versiones alucinantes del “Ain’t no sunshine” de Bill Withers, del “My Girl” de Smokey Robinson o del “What’s going on” de Marvin Gay. 

Todo se le queda corto. Aparece en escena con un montón de instrumentos colgándole del cuerpo (saxos, extraños artefactos de lengüeta, flautas traveseras y de nariz, extravagantes herramientas de percusión…) que va tocando según le dictan los sonidos que fluyen por su cerebro.  Enlaza sus temas con discursos, bromas, soflamas… Una hemiplejia le dejará semiparalizado, pero aún se las apañará durante dos años para tocar con sólo una mano, antes de morir a los 41.

Los amantes de Ian Anderson debieran escuchar cuidadosamente a Kirk para saber de dónde extrajo su estilo el flautista de Jethro Tull.


Sí, parece que no respira cuando toca, ¿verdad?; pero resulta “simplemente” que es un maestro en la técnica de la “respiración circular”, que viene a ser la capacidad de soplar el aire almacenado en los carrillos al mismo tiempo que se aspira aire por la nariz. Dicen que Kirk tiene una grabación en la que sopla sonidos sin pausa durante más de veinte minutos, pero yo nunca la he oído, ni la quiero oír, porque no me creo capaz de resistirlo.

No me malinterpreten. Una cosa es que a mí, como gato, me sea físicamente imposible aguantar un solo de Kirk; y otra muy diferente que a mí, como amante del jazz, no me parezca fantástica su música. 

Hay quienes dicen que de no haber sido por su excesivo virtuosismo, por su empeño en no respetar una sola frontera, por su manía de salirse de toda norma, por su afición al histrionismo… habría sido mucho más relevante. Bobadas. Sí, hubiera sido un gran músico de jazz, pero no una figura singular, irrepetible, mítica. Una vez apareció en escena con un cassette de Fats Waller y lanzó a la concurrencia, entre risas y bromas, un discurso en el que desmontaba la teoría de que Waller fuera poco más que un “showman” superficial y divertido. No sé si me entienden…

En todo caso, seamos justos. Quienes hubieran preferido un Kirk más disciplinado pueden siempre traer a colación un tremendo álbum de Charles Mingus, “Oh Yeah”, en el que Roland Kirk hizo una de sus muy contadas apariciones como “sideman”. Sí, es verdad, oyéndolo se puede sentir añoranza de lo que pudo ser y no fue… para ser otra cosa.


“Tremendo, sí”, reconoce Nathan cuando las últimas notas de “Hog Callin’ Blues” abandonan el local. “¡Y cómo tocaba el bajo este hombre!”, trata de adornarse. “¿Doug Watkins?”, se sorprende con sorna Luther. “Vaya, no sabía que eras capaz de distinguirlo…” Nathan bizquea. “¿Cómo Doug loquesea?... Me refiero a Mingus…” Y ahora es Luther el que se adorna: “Lo siento, Nathan, pero en “Oh Yeah”, Mingus decidió cambiar el bajo por el piano…”

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