Capítulo 268. Jammin' with The Cat vol. 7 - Free the Trombone

Nathan mira con reservas la cubierta del vinilo. Lo ha sacado de una especie de “sancta sanctorum”, una zona del largo y alto mueble que Luther no toca casi nunca y en la que se apila una modesta colección de álbumes que parecen más nuevos que los demás no porque lo sean, sino porque se manosean sólo de vez en cuando.

La cubierta no parece de un disco de “jazz”, sino de “reggae”, con una llamarada rojigualda en primer plano y el dibujo de una pareja de caras negras justo detrás. Hasta el título — “Regeneration”— resulta más propio de una grabación de Bob Marley o de “Burning Spear”.

Me desperezo en el rincón, estirando mi lomo negro, mientras contemplo los inútiles esfuerzos de Nathan por cerrar la boca. “Oye, Luther, ¿por qué tenemos tan pocos discos de “free” en los que toque un trombón?”. “Tienes”, masculla Luther. “¿Cómo?”, se asusta Nathan. “Tienes, Nathan, tienes. Los discos, las bebidas, el local… Todo esto es tuyo”.

Nathan se muerde el labio con un poco de rabia. Es verdad. Siempre se olvida de que toda esa miseria es suya. Luther le deja reconcomerse sólo unos segundos. “No es que tengas pocos discos de “free” con trombón. Es que tienes pocos discos de “free”, en general y mayormente”. Nathan echa asombrado una mirada circular al local casi vacío. “¿Por qué?”, quiere ironizar. “¿Es que a la gente del ‘Florian’s’ no le gusta el “free”?”. Como a Luther nadie le gana en ironías, me acerco de puntillas, zigzagueando, y fino mis ojos amarillentos en él. “Sí, Nathan, les gusta el “free”…. Bueno, juran que les gusta el “free”, porque otra cosa sería sospechosa. Lo que no les gusta es relajarse con una copa escuchando esto”.



“Esto” es Roswell Rudd, un tipo que dio el salto directamente desde el “dixieland” tradicional al “free” vanguardista, ilustrando así con su propia trayectoria que lo que escasean no son trombonistas que toquen “free”, sino que toquen “bebop” (vale, algunos de ellos geniales: J.J. Johnson, Kai Winding, Curtis Fuller…, pero ¿muchos más?). En cualquier caso, relajarse escuchándole, lo que se dice relajarse…

En efecto, por si fuera poco la manera errática y casi arrítmica que tiene Steve Lacy de atacar el “Friday the 13th” —a mi juicio gatuno, uno de los temas más infravalorados de Monk—, Rudd le añade un sarcástico y monótono “wah-wah” de fondo, gestionado con sordina, e inicia después su solo con una serie de gruñidos sincopados, que evocan la imagen un borracho vomitando junto a un farol y que yo acompaño, maullando encantado en el mismo tono, mientras Nathan me fulmina con irritación.

“¡Es una de Monk!”, grita Nathan como quien interpone un “detente bala” entre él y aquello. “¡Bien, Nathan, bien!”, reconoce Luther, sin ocultar su sorpresa. “No es raro. Esta grabación es de los ochenta, pero en los sesenta, Steve Lacy y Roswell Rudd se tiraron tres años tocando únicamente temas de Monk”, explica en plan pedagogo. “Pero, ¿cómo? ¿por qué?”, farfulla escandalizado Nathan. “Joder, y yo qué sé. Lo ofrecerían como penitencia, sería una promesa en lecho de muerte… El caso es que entre 1961 y 1964 montaron un grupo que sólo interpretaba composiciones de Monk. Y sólo se conserva esta grabación de todo ese tiempo”. Luther extrae otro vinilo (“School Days”) —éste, sí, con una cubierta rabiosamente “jazzy”— y coloca en el plato una versión de “Skippy”, en la que Roswell Rudd va y viene y del tema principal entre silabeos repetidos.



Me acerco al “sancta santorum”, poso mis patas delanteras sobre un lugar muy preciso de la estantería y miro a Luther con aire autoritario. “Es verdad”, sonríe Luther. “El tránsito del trombón al “free” no se entiende sin Grachan Moncur III. Y al gato le encanta.” Luther extrae de la estantería “Evolution” mientras me apresuro a tumbarme en mi rincón, envuelto en un aroma exquisito de serrín, cerveza y ‘bourbon’ derramado. Son Lee Morgan, Jackie McLean, Bob Crenshaw, Tony Williams, el insólito vibráfono de Bobby Hutcherson… Y, por supuesto, Grachan Moncur III, cuya denominación, de aire involuntariamente nobiliario, es sólo un homenaje a su padre, también músico de “jazz”;  un músico —el III, claro, no el II— que terminaría tocando años más tarde con algunos de los más conspicuos intérpretes del “free”, como Archie Shepp y el propio Rudd.



El solo de Moncur en el “Air raid” que Luther acaba de pinchar, construido sobre un inquietante punteado de Hutcherson, muestra a un músico que empieza a traspasar las fronteras del “hard bop” y que ya está tocando varios pasos por delante de sus compañeros de grabación. Bizqueo de puro gusto. “Oye, Luther, el gato está ronroneando”, suelta el aprensivo Nathan. Luther me contempla distraído, mientras rivaliza con un parroquiano para ver quién se acuerda de más trombonistas “free”. “Sí, Luther, sí. Cuando toca Roswell Rud maúlla; cuando toca Grachan Moncur III ronronea. Como todo el mundo”.

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