Capítulo 256. Jammin' with The Cat vol. 6 - Un sonido curvilíneo

Cuando viene, llega pasadas las 8, muy poco después de que hayamos abierto el local. Nathan cree que, por su manera de vestir, seguramente trabaja como ejecutiva en alguna de las consultoras o financieras de la avenida. Viste casi siempre de rojo oscuro o de granate, impecable, con traje de chaqueta que se completa con una falda algo corta, pero de una brevedad políticamente correcta. Luther tiene dudas de naturaleza sociológica. Piensa que va un poco “overdressed” y que su excesivo esmero en arreglarse denota un complejo plebeyo mal llevado y que, como dice la canción sureña, “make up can’t disguise”. En cualquier caso, ambos están de acuerdo es que es lo que cualquier ser humano (blanco) define como una impresionante mujer de color (negro).

Camino presuroso hacia “su” lugar de la barra en cuanto su aroma invade el “Florian’s” (¡lo que debe gastar esta mujer en colonia, Virgen Santa!). Ella siempre me rasca la cabeza brevemente y entonces yo me acurruco bajo su taburete para escuchar bien a Lou Donaldson. Porque la parte acústica de este rito repetido consiste en que Luther pone en el plato el “Lush Life”, de Lou Donaldson.

Nathan cree, erróneamente, que es porque la beldad le recuerda un poco a la mujer que aparece en la portada horrorosamente sesentera del disco. Nada de eso. El motivo de Luther no es otro que el sonido del saxo alto de Lou Donaldson. Un sonido limpio, sin aristas, curvo, firme, seguro, sobrado… Es como ella: tan elegante, que no le importa sonar un poco convencional; incluso, a veces, con algunas gotas de vulgaridad:



Les dirán que Donaldson es un discípulo de Charlie Parker. No hagan caso. Bueno, sí, claro que lo fue; pero es un comentario tan cierto y académico como poco expresivo, porque dejó bastante pronto de tocar puro “be bop”. También les dirán que el estilo del Lou Donaldson maduro es más bien “bluesy” o cercano, incluso, a esas peligrosas fronteras del “soul jazz” y del “rythm&blues” que los parroquianos del “Florian’s” aprecian, en el mejor de los casos, con un “nosequé” de benevolencia. A ésos habrá que recordarles que Lou Donaldson fue también capaz de tocar con Thelonious Monk, con Horace Silver, con Milt Jackson, o que protagonizó con Clifford Brown una de las grabaciones cumbres dirigidas por Art Blakey (“Live at Birdland”). Y, sobre todo, que su maestría –y, porqué no decirlo, su extremada facilidad técnica— le ha dado para trabajar casi toda su vida liderando sus propios grupos (aunque haciendo alguna que otra concesión de estilo más bien comercial, todo hay que decirlo).

Pero volvamos a “Lush Life”. Los nombres del inusual grupo de ocho miembros que le dan respaldo en esta grabación quita el hipo: Wayne Shorter, Pepper Adams, Freddie Hubbard, Ron Carter, McCoy Tyner… Pues bien, a pesar de que esta nónima bien pudiera anunciar algún experimento sonoro de “hard bop” o más allá, lo que hay en el disco es casi lo contrario: son seis baladas románticas, absolutamente “standards” (siete, si haces como Nathan y te compras el CD), tocadas con total relajación, sin ánimo de innovar nada, pero también sin concesiones excesivas. Hasta se puede escuchar un “solo” de McCoy Tyner en “Sweet Slumber” en el que el pianista parece sentirse libre, por una vez, de la necesidad de mostrar lo original y avanzado que es, y se deja llevar melódicamente por las olas del “mainstream”. Una delicia, vaya.

Luther siempre reza para que la misteriosa venus negra pida una segunda cerveza (sí, bebe cerveza, otro síntoma de probable origen arrabalero), a fin de que pueda escuchar la versión que Lou Donaldson hace del “Stardust” de Hoagy Carmichael (sí, ese pianista delgadito que cantaba con Lauren Bacall en “To Have and Have Not”). Dice que esta versión la retrata y que ella merece verse, de cuerpo entero, en tan limpio espejo sonoro. Pero no hay forma. Ella bebe rapidito y se marcha siempre con los últimos acordes de “The Good Life”.

Esta vez, Luther no ha podido más. En cuanto ha visto que la bella dejaba las monedas sobre la barra, se ha girado y, de manera brillante, ha depositado la aguja en el inicio de “Stardust” sin hacer el mínimo rayón. Ella, como siempre que abandona el local, se ha girado, se ha deslizado del taburete y ha alisado su corta falda políticamente correcta… Pero, en esta histórica ocasión, ha vuelto sólo un poco la cara, ha entornado sólo un poco los ojos, ha esbozado sólo un poco una sonrisa y ha musitado con ronca voz de gata: “Gracias, Luther. Muchas gracias…”

Y Luther, claro, ha querido morirse allí mismo.


Comentarios