Capítulo 230. Jammin' with The Cat vol. 4 - Un león maldito.

Me encanta el sonido del saxo barítono. En realidad, no sé si me gusta más el sonido o la forma del instrumento, esa especie de boa constrictor que se da una vuelta sobre sí misma. El caso es que, cuando Nathan pone un disco de Gerry Mulligan –cosa que ocurre en muy repetidas ocasiones–, me da por tumbarme debajo de cualquiera de las mesas esquineras del “Florian’s” y refrotarme la espalda contra la madera del suelo, mientras ronroneo y pienso en gatas tales como… bueno, lo que para ustedes serían Susan Sarandon, Joan Crawford, Barbara Stanwyck y gente así.

No hay muchos discos en el “Florian’s” en los que el solista sea un saxo barítono. De acuerdo, en general no hay muchos discos de jazz en los que solista sea un saxo barítono. Cuando los habituales del “Florian’s” echan un pulso de pedantería, se les acaba la lista en seguida; ya saben: Serge Chaloff, John Surman, Pepper Adams… Citan también a Harry Carney y a Sahib Shihab, pero yo creo que es trampa, porque el primero apenas hizo un par de escapadas como solista en sus casi 50 años como miembro de la orquesta del Duke y el segundo toca más instrumentos de madera, aparte del barítono.

Mi favorito es Mulligan, claro, pero eso es tanto como peguntar por compositores de música clásica y citar a Beethoven, o a Haendel, o a Brahms: tan justo y exacto, como obvio y poco significativo. Por eso –y porque  no se puede ser un habitual del “Florian’s” y no resultar un poco “snob”–, aguardo siempre con impaciencia esas tardes lluviosas y tristes, recién abierto el local, en las que Luther otea el estrecho horizonte de mesas y, no viendo a nadie, extrae con mimo “el” disco de Leo Parker. Es que sólo tiene uno, pero al fin y al cabo eso es tanto como decir que tiene la mitad de la carrera discográfica, como solista, de este barítono maldito.

Porque Parker pudo haber dejado para la historia del jazz mucho más que un par de discos como solista. Luther dice que fue “el” saxo barítono en el nacimiento del “be bop”. Y quizá no le falte razón. Al fin y al cabo, a mediados de los 40’, tocó un par de años en la orquesta de Billy Eckstine –“la” orquesta del “be bop”– y después lo hizo en los locales de la calle 52 de Nueva York con Dizzy Gillespie, cuando éste aún no había bajado la guardia. Y siguió tocando con otros grandes nombres –Dexter Gordon, Fats Navarro, Illinois Jacquet…– hasta que en los 50’ cayó víctima de las drogas y se dedicó al “rythm&blues”; o se dedicó al “rythm&blues” y cayó víctima de las drogas, no sé. Sin embargo, no deja de ser significativo que, a pesar de estar una década sin relacionarse a penas con el “jazz”, en 1961 le rescatara para la causa nada menos que la discográfica Blue Note y nada menos que con dos discos en un solo año.

Luther tiene el segundo, “Rollin’ with Leo”, que tardó 20 años en ver la luz pública, pero que al menos lo hizo de la mano de un productor mítico, Rudy Van Gelder. Quizá a muchos no les impresione demasiado el álbum: suena más bien como “be bop”, pero tocado 15 años más tarde del nacimiento del estilo, y los acompañantes de Leo no son nada del otro mundo. Pero el sonido de Leo es impresionante: recio, agresivo y casi descarado en las notas bajas, pero utilizando mucho las altas, sobre todo en las partes más melódicas, seguramente como recuelo de su larga experiencia como músico de “rythm&blues”. Produce una inconsolable melancolía pensar en lo que podría haber hecho un músico así en el jazz los años 50’…Bueno, juzguen ustedes mismos, oyéndole en un “blues” hermosamente convencional en el que es el único solista de viento:


No hubo mucho más. Apenas unos meses más tarde, con sólo 36 años, Leo Parker murió de un ataque al corazón. Aún le había dado tiempo a volver con la orquesta de Illinois Jacquet y grabar, en febrero de 1962, un par de temas en los que no tenía papel solista, porque sus “solos” iban a incluirse en sesiones posteriores… en las que jamás pudo participar.

A veces, antes de abrir el local, Luther pone uno de esos dos temas, una correcta versión de “Satin’ Doll”. Nathan no termina de entenderlo. “Pero, Luther, ¿por qué pones tanto ese tema?”. “Por el ‘solo’ de barítono”, responde siempre Luther. “Pero… si no hay ningún ‘solo’ de barítono”, se impacienta Nathan. “Ya lo sé, imbécil, precisamente por eso…” A Luhter se le cae entonces algo parecido a una lágrima y limpia aún con más rabia el mostrador.

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