Capítulo 169. Vuelta al crucifijo.

Madame George es una mujer de grandes citas. Hace unos días me decía algo así como "Cuando estas en los 40 desaparecen los saltos generacionales...La edad deja de importar. Lo que importa es lo que le sucede a las personas. Y cuando desaparece la barrera generacional se aprende tanto de las personas de 3 años como de las de 70." 

Madame George tiene razón, cuando te aproximas a los 40 pasa eso. Hasta un cateto social como este alcalde se empieza a dar cuenta de ello. Las generaciones temporales se difuminan convirtiéndose en una generación única y total. Pero cuando tienes 20 años es otro tema. Las diferencias de edad están ahí y las tribus ancianos, adultos, jóvenes y niños están muy marcadas. La tribu joven tiene que autoafirmarse. Y hace bien.

Hoy he estado dando una clase en una universidad privada de esas cuyo lema es "Si pagas un pastizal y apruebas la asignatura bobalicona de religión chupi podrás tener un título de lo que quieras aunque no pases la nota de corte". Todo un reto profesional como veis. Muy motivante.

El caso es que allí estaba yo en el aula junto a unos 40 alumnos de la tribu joven (unos 20-22 años) que se dirigían a mí como miembro de la tribu adulta tratándome de usted continuamente. La experiencia estaba siendo algo traumática para mí porque me pedían permiso para salir de clase, para ir al baño, para cualquier cosa. Obviamente, esto nunca me había pasado en la universidad pública. El caso es que, en un momento determinado, y para suavizar la diferencia generacional les comenté que no tenían que pedirme permiso para hacer todas esas cosas y que no pensaba pasarles lista. Que tenían libertad total mientras no interrumpieran el curso normal de la clase. Les recordé que yo era su profesor, no un vigilante, y que ellos ya eran adultos capaces de decidir si querían estar en clase o no. Para mi propio alivio, la respuesta fue un rumor entre divertido y sorprendido...

Pero, en realidad, el mas sorprendido en ese aula era yo. Aquello no parecía la universidad, parecía una extensión del instituto con sus normas de disciplina y sus listas de asistencia y yo, adulto profesor, una especie de eminente fósil viviente que va a dar una clase y al que hay que tratar de usted. ¡Qué cosas! Al final, los alumnos resultaron ser muy majos y mostraron mucho interés por aprender. Como decía Madame George, ellos también me enseñaron muchas cosas a mí y lo pasé francamente bien dándoles clase pero... chico, fue como volver a un colegio de curas en los 50. ¡Qué mayor me hicieron sentir al principio! Y, encima, con un crucifijo colgado en la pared para darle una ambientación mas casposa al tema. Si me descuido me ordenan sacerdote...

PS. El próximo día les pongo a todos sobre las mesas a recitar "¡Oh Capitán, mi Capitán!"

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